Berlín emerge cada vez más como la mente maestra de la Unión
Europea, así como el país más popular del mundo, superando a Estados
Unidos. ¿Cómo ha podido una nación que hasta hace una década era
conocida como “el enfermo de Europa” convertirse de nuevo en una
apisonadora económica y política?
Hoy en día Alemania ha alcanzado la primacía en la Europa continental
por su actuación como “potencia civil”; sus ventajas siendo su peso
económico y político, en lugar de su ejército. El enorme esfuerzo
económico que la Bundesrepublik llevó a cabo tras la
reunificación absorbió todas sus energías durante los siguientes 20
años. De acuerdo con economistas y observadores internacionales, en las
raíces de los problemas experimentados por Alemania a lo largo de la
segunda mitad de la década de los noventa hasta la Gran Recesión se
encuentra el shock provocado por la reunificación, unido a un
mercado de trabajo demasiado rígido, un Estado del Bienestar generoso y
una política monetaria restrictiva. A medida que el nuevo milenio
comenzaba, Alemania consiguió un progreso sustancial en varios
indicadores, desde el crecimiento del PIB per cápita hasta el freno de
la deuda pública federal.
En un mundo en proceso de globalización en el cual la conquista ha
dejado paso a la influencia,
Alemania ha descubierto el camino para la
supremacía europea sin emplear un ejército, en contraste con los
intentos previos llevados a cabo por el Kaiser Guillermo II y Hitler. La
Alemania del siglo XXI no es una “potencia fascista” sino más bien una
“potencia geoeconómica” que persigue sus intereses nacionales
abiertamente y sin molestarse en buscar compromisos; ese peso recae en
los otros miembros de la UE, que tienen que ajustarse a la posición de
Berlín.
Una Alemania mucho menos “altruista” ha implementado con éxito tanto
una eficiente estrategia geoeconómica que le permitió llevar a cabo unas
reformas estructurales necesarias a nivel doméstico, como una
estrategia geopolítica en torno a una sólida diplomacia económica a
través de la cual Berlín ha creado compromisos con actores
internacionales clave. De este modo, Alemania favorecía sus
exportaciones y aseguraba sus necesidades energéticas. Berlín maximizaba
su poder blando.
Los principales actores socioeconómicos alemanes –partidos políticos,
sindicatos y patronales de las compañías manufactureras y de servicios–
se pusieron de acuerdo en cuatro objetivos a largo plazo para el país:
el mantenimiento del modelo de economía social de mercado; la defensa de
la base industrial; el fomento de la innovación a través de la I+D; la
promoción de la reputación internacional del país y la búsqueda de
nuevos mercados internacionales para el comercio. La recuperación
económica de Alemania demuestra que es posible cambiar el propio curso, y
en el proceso volverse de nuevo competitivo.
Ahora bien, a pesar de la expectación despertada por el “ejemplo alemán”, el Ordnungsystem
germano –su peculiar sistema de valores ordoliberales– no puede ser
imitado. Lo que otros países europeos (y no europeos) deberían hacer es
estudiar el paradigma alemán para aprovechar las prácticas más
adecuadas para su camino de reformas, con un firme compromiso por
mejorar la competitividad. Tomemos a Italia como ejemplo. El Belpaese,
liderado por el primer ministro más joven de Europa, Matteo Renzi,
necesita construir e implementar una estrategia geoeconómica nacional
dirigida a “modelar la globalización”, favoreciendo sus ventajas
comparativas (manufacturas de media y alta gama, negocios de comida
orgánica y su patrimonio natural y cultural) y llevar a cabo una
política exterior a largo plazo basada en una diplomacia económica
eficaz (exactamente lo que hizo Alemania).
Por supuesto, Alemania no es inmune a los problemas. Por mencionar
solo unos pocos, su economía es demasiado dependiente de las
exportaciones, su gobierno presenta uno de los niveles de inversión
pública más bajos de Europa y la población se reduce desde 2003. Además,
el creciente peso alemán a nivel europeo está causando bastante
suspicacia.
Sin embargo, debe reconocerse que después de 25 años de la caída del
muro de Berlín y el final de la división Este-Oeste, la Alemania unida
representa la historia de un éxito. Berlín afrontó los desafíos
derivados de la globalización a través de una mejora de sus sistemas
económicos y sociales, al tiempo que mantenía sus valores propios y su
identidad nacional.
Articulo publicado por Politica Exterior
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